Dear Parishioners,
The twentieth century saw a great resurgence in devotion to the Mother of God. Several decades prior to that century, on December 8, 1854, Pope Pius IX declared the Dogma of the Immaculate Conception. Four years later, the Blessed Mother appeared to Bernadette Soubirous, a fourteen year-old peasant girl, in Lourdes, France. In this apparition, when Bernadette asked who the Heavenly Lady was, she responded, “I am the Immaculate Conception.” This mystical confirmation of the papal dogma sparked great devotion to the Mother of God, and Lourdes became a frequent pilgrim site where many miracles have taken place.
In 1916, three shepherd children in Fátima, Portugal received three apparitions from the Angel of Peace, the Guardian Angel of Portugal. Then, in 1917 they received six apparitions from the Lady of the Rosary, as she called herself. On the day of her final apparition, some 70,000 had gathered and all witnessed the promised miracle. A pouring rain immediately stopped, the sun danced and plunged to the earth, and everything and everyone were immediately dry. This apparition and miracle continue to fuel devotion to the Mother of God.
In 1950, Pope Pius XII issued an apostolic constitution by which he declared as a dogma of our faith “that the Immaculate Mother of God, the ever Virgin Mary, having completed the course of her earthly life, was assumed body and soul into heavenly glory.” Since Jesus is the King of Kings, and since He sits on His throne at the right hand of the Father in Heaven, and since his mother was assumed into Heaven, body and soul, then the logical conclusion flowing from these truths necessarily leads us to today’s memorial.
Early Church Fathers used what is referred to as “typology” to clearly establish the continuity between the Old and New Testaments. For example, though King Solomon sinned, he is also a prefigurement, or “type” of Christ because he was a peacemaker, filled with wisdom, and built the Temple. Saint Augustine, in his commentary on Psalm 127, states that our Lord is “the true Solomon” and that “Solomon was the figure of this Peacemaker.” The true Peacemaker is Christ, and just as Solomon built the Temple, so our Lord built the true Temple of His Body, the Church.
Following this form of typology, the Book of 1 Kings states, “Then Bathsheba went to King Solomon to speak to him for Adonijah, and the king stood up to meet her and paid her homage. Then he sat down upon his throne, and a throne was provided for the king’s mother, who sat at his right. She said, ‘There is one small favor I would ask of you. Do not refuse me.’ The king said to her, ‘Ask it, my mother, for I will not refuse you’” (1 Kings 2:19–20). If King Solomon, an Old Testament type of Christ, honored his Queen Mother’s requests and sat her on a throne next to his, then so much more does our Lord, the true King of Kings, do so with His mother. Therefore, today’s memorial celebrates the fact that, in Heaven, Jesus’ mother is seated on a throne next to His, and like Solomon, Jesus says with certainty to her, “Ask it, my mother, for I will not refuse you.”
It is for these reasons, that on October 11, 1954, four years after the proclamation of the Assumption, Pope Pius XII instituted the Memorial of the Queenship of Mary with his encyclical letter, Ad Caeli Reginam (The Queen of Heaven). This memorial was first assigned the date May 31, which followed the Memorial of the Immaculate Heart of Mary. However, in 1969, Pope Paul VI moved the date to August 22, eight days after the Solemnity of the Assumption of the Blessed Virgin Mary. In large part, this was done to create an octave of anticipation and to show that the Assumption necessarily results in the Mother of God being also the Queen Mother of Heaven and Earth.
As Queen, Mother Mary not only intercedes on our behalf, she also acts as her Son’s mediator. From her heavenly throne, the Queen Mother of Heaven and Earth is entrusted with the grace of God. She is not the source, but she is privileged to be the instrument of distribution. As a loving mother, nothing pleases her more than to lavish every good thing upon her children on earth. She longs to gather all of her children together in Heaven, with and in her divine Son.
Though the liturgical and theological evolution of today’s memorial might seem complex, the heart of it is simple. We not only have a mother in Heaven, we also have a Queen Mother. As Mary is the Queen Mother of God, we must turn to her with childlike faith and simplicity. As a young child runs to a loving mother in time of need, never questioning her love, protection, and care, so we must run to her. She is our protectress, our refuge, our hope, and our sweet delight. Her affection is perfect and her motherly love unmatched. As we honor the Queen of Heaven today, ponder the Church’s ever-deepening understanding of her role. As the Church has increased its comprehension of Mary’s exalted role through the centuries, so we must individually make this discovery throughout our lives. Turn to her, seek her prayers, rely upon her intercession, and honor her as your mother and your queen.
(Reflection from mycatholic.life/saints/saints-of-theliturgical-year/august-22-queenship-of-blessed-virginmary/)
Blessings,
Fr.Mike
Queridos Feligreses,
El siglo XX fue testigo de un gran resurgimiento de la devoción a la Madre de Dios. Varias décadas antes de ese siglo, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después, la Santísima Madre se le apareció a Bernadette Soubirous, una campesina de catorce años, en Lourdes, Francia. En esta aparición, cuando Bernadette le preguntó quién era la Señora Celestial, ella respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta confirmación mística del dogma papal despertó una gran devoción a la Madre de Dios, y Lourdes se convirtió en un lugar de peregrinación frecuente donde ocurrieron muchos milagros.
En 1916, tres pastorcitos de Fátima, Portugal, recibieron tres apariciones del Ángel de la Paz, el Ángel Guardián de Portugal. Luego, en 1917, recibieron seis apariciones de la Señora del Rosario, como ella misma se llamaba. El día de su última aparición, se habían reunido unas 70.000 personas y todos presenciaron el milagro prometido. La lluvia torrencial cesó de inmediato, el sol danzó y se hundió en la tierra, y todo y todos quedaron inmediatamente secos. Esta aparición y este milagro siguen alimentando la devoción a la Madre de Dios.
En 1950, el Papa Pío XII promulgó una constitución apostólica en la que declaró como dogma de nuestra fe “que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Puesto que Jesús es el Rey de reyes, y puesto que está sentado en su trono a la derecha del Padre en el Cielo, y puesto que su madre fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, entonces la conclusión lógica que se desprende de estas verdades nos lleva necesariamente al memorial de hoy.
Los primeros Padres de la Iglesia utilizaron lo que se conoce como “tipología” para establecer claramente la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, aunque el rey Salomón pecó, también es una prefiguración o “tipo” de Cristo porque fue un pacificador, lleno de sabiduría, y construyó el Templo. San Agustín, en su comentario al Salmo 127, afirma que nuestro Señor es “el verdadero Salomón” y que “Salomón fue la figura de este pacificador”. El verdadero pacificador es Cristo, y así como Salomón construyó el Templo, así nuestro Señor construyó el verdadero Templo de Su Cuerpo, la Iglesia.
Siguiendo esta forma de tipología, el Libro de 1 Reyes afirma: “Entonces Betsabé fue al rey Salomón para hablarle en nombre de Adonías; y el rey se levantó a recibirla y se postró ante ella. Luego se sentó en su trono, y se preparó un trono para la madre del rey, que se sentó a su derecha. Ella dijo: “Hay una pequeña gracia que quiero
pedirte; no me la niegues”. El rey le respondió: “Pídela, madre mía, porque no te la negaré” (1 Reyes 2:19-20). Si el rey Salomón, un tipo de Cristo en el Antiguo Testamento, honró las peticiones de su Reina Madre y la sentó en un trono junto al suyo, entonces mucho más nuestro Señor, el verdadero Rey de Reyes, hace lo mismo con su madre. Por eso, el memorial de hoy celebra el hecho de que, en el Cielo, la madre de Jesús está sentada en un trono junto al Suyo, y como Salomón, Jesús le dice con certeza: “Pídelo, madre mía, porque no te lo negaré”.
Por estas razones, el 11 de octubre de 1954, cuatro años después de la proclamación de la Asunción, el Papa Pío XII instituyó la Memoria de la Realeza de María con su carta encíclica Ad Caeli Reginam (La Reina del Cielo). Esta memoria se fijó inicialmente en la fecha del 31 de mayo, que seguía a la Memoria del Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, en 1969, el Papa Pablo VI trasladó la fecha al 22 de agosto, ocho días después de la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. En gran parte, esto se hizo para crear una octava de anticipación y para mostrar que la Asunción necesariamente da como resultado que la Madre de Dios sea también la Reina Madre del Cielo y de la Tierra.
Como Reina, la Madre María no sólo intercede en nuestro nombre, sino que también actúa como mediadora de su Hijo. Desde su trono celestial, a la Reina Madre del Cielo y de la Tierra se le confía la gracia de Dios. Ella no es la fuente, pero tiene el privilegio de ser el instrumento de distribución. Como Madre amorosa, nada le agrada más que colmar de todo bien a sus hijos en la tierra. Anhela reunir a todos sus hijos en el Cielo, con y en su Hijo divino.
Aunque la evolución litúrgica y teológica de la conmemoración de hoy puede parecer compleja, su esencia es sencilla. No sólo tenemos una madre en el Cielo, sino también una Reina Madre. Como María es la Reina Madre de Dios, debemos recurrir a ella con fe y sencillez filiales. Como un niño pequeño corre hacia una madre amorosa en tiempos de necesidad, sin cuestionar nunca su amor, protección y cuidado, así también nosotros debemos correr hacia ella. Ella es nuestra protectora, nuestro refugio, nuestra esperanza y nuestro dulce deleite. Su afecto es perfecto y su amor maternal, incomparable.
Al honrar hoy a la Reina del Cielo, reflexionemos sobre la comprensión cada vez más profunda que tiene la Iglesia de su papel. Así como la Iglesia ha aumentado su comprensión del exaltado papel de María a lo largo de los siglos, también nosotros debemos hacer este descubrimiento individualmente a lo largo de nuestras vidas. Recurramos a ella, busquemos sus oraciones, confiemos en su intercesión y honrarla como nuestra madre y nuestra reina.
(Reflection from mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgicalyear/august-22-queenship-of-blessed-virgin-mary/)
Bendiciones,
Padre Mike
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